Danby MJ50 User Manual Page 391

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Palomas.
La paloma era la ofrenda del pobre (ver Lev. 12: 8; com. Lev. 1: 14; Luc. 2:
24).
13.
Escrito está.
La cita es de Isa. 56: 7 y tomada en su contexto se refiere específicamente al
hecho de que los gentiles habrían de convertirse al verdadero Dios (ver com.
Isa. 56: 6-8). Con referencia al lugar que Dios deseaba que ocupara el templo
de Jerusalén en la gran reunión de las naciones para adorar al verdadero Dios,
ver t. IV, pp. 32-34.
Cueva de ladrones.
Jesús emplea el lenguaje de las Escrituras (Jer. 7: 11) al comentar la escena
que tenía delante de sus ojos. Al convertir los sagrados símbolos del Cordero
de Dios en una fuente de ganancia personal, los gobernantes estaban
transformando lo sagrado en profano y robaban el honor y la gloria que le
correspondía a Dios. También estaban robando pues impedían que la totalidad de
los adoradores lograran el conocimiento debido del carácter y de los
requerimientos de Dios. Especialmente, estaban robando a los adoradores
gentiles, quitándoles la oportunidad de conocer a Dios tal como él es. En su
espíritu codicioso, los dignatarios del templo no eran mejores que ladrones.
14.
Ciegos y cojos.
En la procesión triunfal del día anterior, los trofeos que el poder sanador de
Jesús había rescatado de la opresión de Satanás habían marchado a su lado
proclamando las alabanzas del Salvador (ver com. vers. 9). Cuando Jesús se
dedicó a sanar a los que se agolpaban en torno de él dentro del atrio del
templo, dio una demostración práctica de la verdad de que el templo había sido
ordenado por Dios para servir a las necesidades del hombre, y no a su avaricia.
Al parecer, por un breve tiempo, Jesús tuvo completo dominio del templo (Mar.
11: 16), y durante ese período demostró, en parte, cuál era el uso que debía
dársele a ese predio sagrado. Había venido a la tierra para que los hombres
tuvieran vida, y para que la tuvieran "en abundancia" (Juan 10: 10); no para
que pudieran sacrificar en abundancia ni para que pudieran lograr ganancias
abundantes.
15.
Los principales sacerdotes y los escribas.
Ver pp. 57-58. Estos eran los que habían autorizado el comercio ilegal del
templo, y eran también los que se beneficiaban financieramente de las compras y
ventas que allí se realizaban.
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